El retrato de José Gerónimo Iraola (1810-1862), datado en 1860, con firma y fecha en la base de la lámpara, es una de las obras más relevantes del museo: su figura imponente de cuerpo entero, ligeramente perfilada, domina el interior burgués que ocupa mayor espacio que el habitual en las pinturas del artista. La focalidad fotográfica centra la luz sobre el retratado mientras funde los tonos del entorno, ambientado con excesivas sillas y sillones. Es un retrato de aparato, el de mayor tamaño realizado hasta entonces por el artista, luego del de Manuelita Rosas de 1851.
El personaje está caracterizado con una extrema fidelidad en sus rasgos; basta compararlo con las fotografías que se conservan de aquellos tiempos. El azul extendido en matices apagados le otorga a la obra el aire melancólico señalado por Ribera, mientras que la cadena de oro resalta sobre el chaleco blanco, en cuyo bolsillo se encuentra el reloj que potencia el mensaje de riqueza moderna que trasmite toda la escena. Hay una gran preocupación por lograr las sensaciones táctiles de las telas y de los muebles.
El centro compositivo lo constituye la mano que cae con cierto cansancio del brazo apoyado sobre el respaldo de un sillón. En las paredes hay dos pinturas; un retrato de dama al estilo de Pueyrredón y un motivo menos reconocible, tal vez un paisaje, al lado de un espejo con marco dorado. Bajo la mesa de caoba con tapa de mármol, la perspectiva del piso se confunde en la trama de las sillas doradas.
La sensación de fin de una reunión social se acentúa con el sillón colocado en ángulo en el primer plano, como si estuviera invitando al espectador a sentarse en él. Es, sin duda, una de las imágenes que expresa con mayor claridad la riqueza burguesa del Estado de Buenos Aires, esa expansión que todavía permanecía austera en los interiores federales.
Fuente:
Roberto Amigo. Pintura republicana. Colección del Museo Pueyrredón. Buenos Aires, Municipalidad de San Isidro, 2014